El cuento budista que nos enseña a ignorar a quienes nos hacen daño

Estamos tan acostumbrados a reaccionar impulsivamente cuando alguien nos hace mal que terminamos envenenando nuestro día oa veces nuestra vida. Este relato budista nos muestra que nuestra felicidad a menudo puede depender de ignorar a quienes nos hacen daño.

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Estamos tan acostumbrados a reaccionar impulsivamente cuando alguien nos hace mal que terminamos envenenando nuestro día oa veces nuestra vida. Este cuento budista nos muestra que a menudo nuestra felicidad puede depender de ignorar a quienes nos hacen daño.





Cuantas veces hemos escuchado ofendido, triste, enojado del comportamiento de los demás? Este tipo de reacciones son normales y son parte integral del ser humano, el problema surge cuando los sentimientos negativos comienzan a apoderarse de nosotros y terminan por desgastarnos.

Aprender a ignorar a una persona tóxica no es fácil, de hecho implica un profundo cambio de actitud. Tenemos que aprender a abrir la mente y ver las cosas desde otro punto de vista. En este sentido hablaremos de 'aceptación radical', técnica desarrollada por la psicóloga Marsha M. Linehan de la Universidad de Washington.

¿Qué implica la aceptación radical? La de aceptar algo sin juzgarlo. Pongamos un ejemplo: cuando alguien nos molesta con sus palabras o gestos, es porque nosotros mismos esperamos cosas muy específicas de ese alguien y rechazamos lo que es diferente.

Según Linehan, este rechazo engendra frustración, resentimiento, odio o tristeza, por el contrario al practicar la aceptación radical uno simplemente asume lo sucedido, sin entrar en juicios de valor. La distancia psicológica crea una especie de escudo y asegura que de una u otra situación no saldremos dañados emocionalmente.

El cuento budista que nos enseña a ignorar a quienes nos hacen daño

Para ser feliz hay que ignorar

Se dice que una vez, un hombre se acercó a Buda y, sin decir una palabra, le escupió en la cara. Sus discípulos se enojaron.

Ananda, el discípulo más cercano, le preguntó a Buda:

- ¡Dame permiso para darle a este hombre lo que se merece!

Buda se limpió con calma y respondió a Ananda:

- No. Hablaré con él.

Y uniendo sus palmas en reverencia, le dijo al hombre:


- Gracias. Con tu gesto me dejaste ver que la rabia se me ha ido. Estoy extremadamente agradecido con usted. Tu gesto también mostró que Ananda y los otros discípulos aún pueden ser asaltados con ira. ¡Gracias! ¡Te estamos muy agradecidos!


Obviamente, el hombre no creyó lo que escuchó, se sintió conmovido y angustiado. No pudo dar una explicación de lo que había sucedido. Todo su cuerpo temblaba, el sudor mojaba las sábanas. En su vida nunca había conocido a un hombre con un carisma tan fuerte. El Buda había hecho añicos sus pensamientos y toda su forma de vivir y actuar.

A la mañana siguiente, el hombre volvió al maestro y se arrojó a sus pies. Entonces el Buda se volvió hacia Ananda:

- ¿Haz visto? Este hombre volvió para decirme algo. Incluso este gesto de tocar mis pies es su forma de decirme lo que de otro modo no podría explicar con palabras.

El hombre miró al Buda y dijo:

- Perdóname por lo que te hice ayer.

El maestro respondió que no había nada que perdonarle y explicó:

- Así como la corriente del Ganges hace que su agua nunca sea la misma, tampoco el hombre es el mismo que antes. Ya no soy la misma persona a la que le hiciste algo ayer. Y el que me escupió ayer tampoco está aquí. No veo a nadie tan enojado como él. Ahora ya no eres el mismo hombre de ayer, no me estás haciendo nada, por lo tanto, no hay nada que te tenga que perdonar. Las dos personas, el hombre que escupió y el hombre que recibió el escupitajo, ya no están aquí. Entonces, ahora hablemos de otra cosa.


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¿Qué nos enseña Buda con esta historia?

La persona honesto y recto no tiene por qué reaccionar ante las ofensas porque vienen de la imagen que puede tener una mente distorsionada y no de la realidad de los hechos. Así que si alguien se está portando mal contigo, no dejes que su actitud altere tu equilibrio psicológico. Sólo te duele aquel al que le das demasiada importancia.


Buda nos enseña entonces que las cosas pueden cambiar rápidamente y que uno también debe tener la inteligencia para comprenderlo. A veces, pasan meses antes de que se disculpe, pero el profesor nos dice que no hay razón para tomarlo a mal por algo que, habiendo ya pasado, ya no existe en el presente.

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