Síndrome de la cabaña (o del prisionero): por eso es posible que no queramos salir de casa y volver a nuestra vida anterior en absoluto

    Síndrome de la cabaña (o del prisionero): por eso es posible que no queramos salir de casa y volver a nuestra vida anterior en absoluto

    Después de meses en nuestras casas, es posible que ya no tengamos muchas ganas de salir de casa por miedo, ansiedad o porque hemos encontrado nuevos ritmos.


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    Lo llaman el "síndrome de la cabaña": personas que han vivido estresadas, pero que han llevado bien el confinamiento, con tiempo para sí mismas, sus seres queridos y sus aficiones, y a las que volver a la normalidad les genera mucho más estrés.




    Hoy comenzamos oficialmente la Fase 2. Llevamos mucho tiempo esperando la posibilidad de volver a una semblanza de normalidad y cuando esto se empieza a vislumbrar hay quien sale corriendo. No es algo especialmente extraño, de hecho, es completamente normal. Después de meses de cuarentena hay quienes viven la ansiedad de volver a los ritmos anteriores, el miedo a salir y, quizás, también los hay que han descubierto que la vida en casa no es tan mala como pensábamos al principio.

    En definitiva, la vuelta a la normalidad no es apreciada por todos, especialmente por la presión de tener que lanzarse de nuevo al mundo y retomar la rutina habitual. Nuestros hogares, en este período, se han convertido en un refugio, nos han mantenido a salvo del coronavirus pero también alejados del mundo, cuya rutina muchas veces nos estresa.

    Tal y como explica a El País, Timanfaya Hernández, del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid:

    “Estamos viendo a más personas luchando con la idea de volver a salir. Hemos establecido un perímetro de seguridad y ahora debemos abandonarlo en un clima de incertidumbre”.

    Como recordó la psicóloga española:

    "Vivimos en la sociedad del hacer: siempre haciendo cosas, siempre produciendo"

    La cuarentena ha permitido que las personas tengan más tiempo para sí mismas, sus seres queridos y sus pasatiempos, razón por la cual ahora pueden ser reacios a volver a su ajetreada vida anterior.

    Y luego también los hay que, sin quererlo, se acostumbraron a la nueva rutina y ritmos diferentes de los que ahora, igualmente, tienen miedo de salir. El aislamiento es desagradable, pero nuestros mecanismos de supervivencia nos han permitido contrarrestar ese sentimiento y adaptarnos al encierro.



    En este caso hablamos de "síndrome de la choza"(o el preso, si prefieres). Con estos términos nos referimos a evitar el contacto con el exterior tras un largo aislamiento, como el vivido con motivo de la propagación del coronavirus.

    El término "síndrome de la cabaña" se acuñó en aquellas regiones de Estados Unidos donde el crudo invierno obliga a los habitantes a una especie de "hibernación", aunque no es del todo aceptado por los psicólogos.

    “Conocemos casos de personas que después de estar hospitalizadas o haber estado en prisión, pierden la seguridad y temen lo de afuera”, explicó Hernández.

    Como Laura Guaglio, psicóloga y psicoterapeuta especializada en el manejo y superación de eventos traumáticos y emocionalmente estresantes, le dijo a Vice:

    “La idea de sentirnos incómodos en una situación que antes se percibía como normal puede crear en nosotros una sensación de insuficiencia. Uno se pregunta "¿Cómo es que pude (salir) antes y ahora no?" La diferencia sustancial es que ahora la persona ha sido sometida a un evento estresante que, para bien o para mal, ha cambiado su forma de comportarse, de ver las cosas. Este es probablemente un cambio temporal, pero debes tomar nota de ello. (...) la situación que estamos viviendo es tan excepcional y colectiva que el comprensible miedo, más o menos acentuado, a salir de casa puede ser una de las reacciones más habituales, incluso por parte de aquellas personas que se podrían definir como 'más equilibrado emocionalmente'".

    El Dr. Guaglio también subraya que:

    “Hay varios factores que a nivel individual, en este caso específico, entran en juego y alimentan el deseo de permanecer entre las paredes de la casa. Primero, la negativa a ver o aceptar que las referencias de uno han cambiado significativamente. Si salgo, me doy cuenta de cómo ha cambiado el mundo que conocía. Veo la ciudad desierta, las tiendas cerradas, la gente con la que me encuentro lleva mascarillas, guantes. La nueva realidad impacta, puede desconcertar, confundir, podemos rechazarla. A esto, entonces, se suma un factor mucho más prosaico: a nivel neurobiológico y físico, cuanto menos ejercicio haga, menos salgo de casa, menos querré salir. A lo que, de nuevo, se suman los temores sobre la probabilidad de un contagio”.



    Si bien se espera que estas posiciones de resistencia interna sean minoritarias, surge un dilema: si nadie saliera y optara por vivir de otra manera, el consumo caería y la economía se estancaría.

    ¿Cómo compatibilizar la rueda económica con una vida menos consumista?

    No parece que tengamos que preocuparnos por eso. Como señala el economista José Carlos Díez, existen precedentes:

    “Sucedió en Nueva York después del 11 de septiembre. En las próximas semanas habrá mucha gente que no saldrá a la calle y dejará de tener miedo solo cuando bajen las muertes por el virus y los medios de comunicación dejen de hablar de la pandemia a todas horas. Tomará un poco de tiempo".

    Sin embargo, es importante enfrentarse a los propios miedos y, si se considera necesario, contactar con un profesional que le proporcione las herramientas útiles para convertirlos en aliados y así poder superarlos.

    Fuentes de referencia: El País / Vice 

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