El dolor nos ayuda a entender quiénes somos realmente.

El dolor es útil. No es agradable pero sí precioso: podemos intentar convertirlo en un aliado o considerarlo un enemigo a combatir.

No guardes el aguacate así: es peligroso

El dolor es útil. No es agradable pero es precioso.: podemos intentar convertirlo en un aliado o considerarlo un enemigo a combatir. La elección es nuestra, por supuesto, pero tiene su propio peso concreto también porque -es bien sabido- el dolor es una realidad tan democrática que no olvida a nadie: tarde o temprano se presenta en una de sus tantas posibilidades expresivas.





Aquellos que eligen una interpretación "constructiva" del dolor no están solos. Marcel Proust -a principios del siglo pasado- recordaba que “la felicidad es beneficiosa para el cuerpo pero es el dolor el que desarrolla las facultades de la mente”, nos permite tener nuevas ideas.

Alain de Botton, en el libro "Cómo Proust puede cambiar tu vida", explica cómo: lo importante es "no desaprender nunca" para ver la belleza en lo que nos rodea, incluso en las pequeñas cosas de cada día y en la saber disfrutar de lo que hay, sin querer más y más.

La invitación implícita es ir más allá del atractivo materialista de nuestra sociedad que predispone a un segundo dolor, esta vez estéril, fruto -para usar las palabras de Proust- de una "proliferación cancerosa del deseo".

También para Roberto Assaggioli, psiquiatra y teósofo, fundador de psicosíntesis, el dolor es constructivo; en particular identifica 4 funciones positivas:

  1. aunque solo sea por reacción, para combatirlo, el dolor obliga a salir de la pereza mental y moral, de los hábitos, del egocentrismo y favorece el surgimiento de las energías latentes, el desarrollo de la voluntad; requiere compromiso;
  2. libre de apegos excesivos a personas o cosas, mostrar lo que es realmente esencial;
  3. que permite a desarrollar la autodisciplina, requiere reorganizar las propias energías instintivas, emocionales y mentales en favor de actividades benéficas, con fines humanitarios y elevados (pasar por el dolor nos permite identificarnos mejor en el sufrimiento de los demás, por lo tanto puede empujarnos a actuar para luego aliviarlo, ayudar otros; desarrollar la compasión);
  4. obliga a la reflexión sobre el sentido de la propia vida, sobre el propio mundo interior y aproximaciones a una dimensión transpersonal, espiritual
El dolor nos ayuda a entender quiénes somos realmente.

Las cosas no cambian aun cuando el dolor está en el cuerpo, del cuerpo: ante todo, en efecto, el dolor nos advierte de manera inequívoca de un peligro, de una situación de desarmonía entre nosotros y el entorno, y lo hace con tanta fuerza que nos vemos obligados a cuidarlo.



Si entramos entonces en una interpretación psicosomática de los síntomas, ahora muchas veces demostrada también a nivel científico, es evidente cómo la enfermedad es un lenguaje que nos habla más íntimamente que nosotros: de esfuerzos, de conflictos, de recuerdos que se sitúan en un plano emocional y, antes aún, espiritual. Gracias a la decodificación del mensaje simbólico que porta, el desorden es entonces el camino que nos puede llevar primero a la comprensión y luego a la superación de los conflictos registrados en algún lugar de nuestro cuerpo (energético, sutil y físico).

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El dolor nos dice quiénes somos en realidad.

Incluso el dolor puramente emocional es algo que ocurre cuando nos alejamos de nuestra verdadera esencia, de nuestro Ser: si estamos dispuestos a acogerlo y escucharlo, nos dice quiénes somos, nos muestra dónde estamos y, por último, pero no menos importante, proporciona una dirección de trabajo personal útil.

Así que aquí tiene un sentido más claro que el establecido por Herman Hesse:: “También comencé a comprender que los dolores, las desilusiones y la melancolía no son para descontentarnos y quitarnos el valor y la dignidad, sino para madurar”. Permitirnos sacar nuestras fortalezas más auténticas y ocultas.

naturalmente no podemos aceptar la invitación evolutiva del dolor; esta negativa, sin embargo, abrirá el camino a un retiro de nosotros mismos; determinará una mayor dureza del corazón, un "agrio" en la forma de relacionarse con los demás y con la vida que inevitablemente pierde su belleza, se interpreta como cruel y sin sentido.



No nacimos para sufrir pero el sufrimiento puede convertirse en un instrumento de conocimiento: cuanto menos resistamos, más seguimos el impulso evolutivo que nos ofrece, más podemos aprender de él, una oportunidad de crecimiento y desarrollo.

En el arte más amplio del amor, hacia nuestro auténtico Ser.

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