Cultivar la bondad, produce bienestar y felicidad

    La bondad es una cualidad innata que hay que sostener desde la niñez pero que se puede nutrir a cualquier edad, según estudios del neurocientífico Richard Davidson.

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    La base de un cerebro sano y feliz es la bondad. Así podemos resumir los resultados de los estudios (que continúan) realizados por Richard Davidson, psicólogo, neurocientífico y fundador y director del Centro para las mentes saludables de la Universidad de Wisconsin. En otras palabras: la solución perfecta para sentirse bien es amar. Si queremos traducir concretamente este concepto, se trata de tener en el corazón (y en la mente) no sólo nuestro bien sino también el del otro. En definitiva, el bien de todos. Y actuar en consecuencia.





    La historia de Davidson es peculiar. Como investigador, estudia el efecto de las emociones, en particular la depresión, la ansiedad, el estrés y el miedo, sobre los mecanismos cerebrales y las modificaciones corporales; en 1992 llega lo que él llama (“robándole” la definición a un amigo) una rotación ortogonal: conoce al Dalí Lama. Y lo "desafía" a estudiar la bondad y la compasión.

    El resultado de los estudios de Davidson confirma lo que los discípulos de la auténtica espiritualidad, cualquiera que sea la forma que adopte, siempre han enseñado: la forma más soberbia de amarte de verdad es amar, pensar y querer lo mejor no solo para ti sino para todos, para cada persona involucrada. Y lo bueno es que este amor por sentir, pensar, comportarse y actuar se puede aprender. Todo el tiempo.

    En un discurso pronunciado para el National Geographic, Davidson explicó que esto es posible porque nuestro cerebro tiene una habilidad extraordinaria, la neuroplasticidad. En otras palabras: cambia, todo el tiempo, en respuesta a la experiencia y en respuesta al entrenamiento. Esto significa que - la mayoría de las veces - el cerebro cambia "sin nuestro conocimiento", es decir, como aprendizaje pasivo y consecuente "modelado" sobre la base de lo que hemos percibido (y cómo) de nuestra experiencia: "En consecuencia - dice Davidson - se nos invita a responsabilizarnos más de nuestro cerebro, para que pueda ser modelado de una manera más consciente.

    Ayudan: una mayor presencia de uno mismo, la capacidad de observar lo que nos sucede también desde el punto de vista de los demás, el esfuerzo de no dejarse envolver sólo por las emociones y la propia experiencia del momento sino saber ampliar la visión para enmarcar todo en una visión más amplia y, así, redefinir, reubicar lo sucedido de una manera nueva.



    Y por supuesto también se trata de empezar a cultivar nuevos hábitos mentales, saludables: como, por ejemplo, una práctica de meditación. Sí, porque meditar cambia la modulación de la actividad eléctrica del cerebro: las oscilaciones gamma son más largas, y eso permite estados de atención y presencia así como periodos de introspección, momentos en los que uno intuye y ve las cosas desde otra perspectiva, como si fuera - de hecho - una iluminación.

    Cultivar la bondad, produce bienestar y felicidad

    Hay otra buena noticia: puedes aprender a amar, siempre puedes cambiar tu perspectiva, a pesar e independientemente de lo que pase en nuestro ADN.

    Datos científicos serios muestran que la forma en que la madre trata a sus hijos inducirá cambios epigenéticos en genes específicos, como consecuencia directa de "eso" su comportamiento: esos cambios no sólo persisten durante toda la vida sino (como se evidencia en algunos estudios) se pueden transmitir durante al menos un par de generaciones.

    Sin embargo, explica Davidson, “podemos elegir en qué medida activar o desactivar determinados genes o, si queremos, las tendencias conductuales, los mecanismos instintivos e inconscientes que nos habitan”: tomando conciencia de ellos. Trabajándolo directamente, con la voluntad: mediante la observación y un esfuerzo de amor diario, eligiendo activamente el tipo de respuesta a dar en las diferentes situaciones (de lo contrario, la vida activará automáticamente los diferentes genes ya presentes). La meditación, nuevamente, crea un espacio interior y mental que favorece este trabajo personal: es bueno para todos, a cualquier edad.

    Aquellos que aman, entonces, (obviamente en el sentido dado arriba) son felices. Su salud es mejor que la de los demás. Reacciona mejor a cualquier tratamiento, alopático u holístico. Puede ser que -como también señala un científico como Davidson- en el ser humano:


    “Los bebés a los seis meses muestran una clara e inequívoca preferencia por la cooperación. Numerosos hallazgos empíricos son consistentes con esto y muestran que verdaderamente vinimos al mundo con esta cualidad de bondad fundamental innata: los estudios han demostrado que cuando se cultiva la bondad y la compasión, el cerebro no las interpreta como algo nuevo”. Más bien, es “nutrir las semillas que ya están presentes: la bondad y la compasión son cualidades que están presentes desde el principio pero que requieren… nutrición. Requieren una comunidad amorosa, solidaria, amable y compasiva para que esas semillas crezcan”.


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    Buenas prácticas (como el mindfulness, entendido no tanto en un sentido cognitivo sino de centrado en el corazón y la respiración), la presencia, el hábito de observar cuánto se vive y se percibe y reubicarlo en una visión más completa; generosidad; amabilidad, espontánea pero también programada, elegida (como actividad volitiva de nutrición de las propias "semillas", para convertirlas luego en hábitos espontáneos, vida del corazón que se expresa en la vida cotidiana): esto es lo que podemos hacer - en todo edades (¡y también podemos enseñar a los niños!) - a nutrir y encontrar-regresar a lo que somos en el fondo. Bondad, Amor.

    Ana María Cebrelli

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